En otro lugar del espacio-tiempo (más precisamente, Santa Beatriz un año antes).
–He recibido este libro —dijo Marco Aurelio y aunque se esforzaba por estar calmado y frió, una venita de su ojo derecho palpitaba nerviosamente.
–Miren ustedes —dijo asépticamente, pero luego incontenible, arrasado por una ráfaga de indignación intelectual. —Estos libros, -y cogió un ejemplar de dudosa calidad de impresión. -son un ejemplo de lo que llamo basura escrita, ¡tosigo verbal, ponzoña en prosa! ¡O sea, una diarrea!
La asistente de luminotecnia dejo de mascar su chicle sorprendida.
La vesícula biliar de Denegri, retorcida al máximo, exprimió todo su contenido de amarga bilis y una agrura le martirizo la garganta.
–Intentaré ser breve con el comentario a este libro para pasar a cosas mas serias—, acto seguido y casi involuntariamente y mientras hablaba sacó nerviosamente un encendedor del bolsillo derecho e intento prender fuego al ejemplar de la novela.
-Jamás en mi vida, repito, ¡en mi vida! Jamás he visto semejante obra maestra de la estupidez humana. La contaminación que este libro ha dejado en mi cerebro por sus inconcebibles errores contaminarán siempre en mi mente y no podrá ser purgado del todo, me ha hecho, y nos hace todos, menos cultos, al señor Arbiaza o Albaiza, creador de esta infamia en tema sintáctico, ortográfico y —la venita estallo dejándole un aterrador ojo rojo— ¡todo eso que llamamos idioma debería irse a simplemente a la mierda!
Acto seguido enmudeció de cólera indignado e intento prender fuego al libro con movimientos violentos y descoordinados, su frente sudaba. Los camarógrafos quedaron atónitos y asustados. Entro un gordito de aspecto ingenuo con unos audífonos mal colocados sobre sus oídos a tratar de detenerlo. Acto seguido y en un arranque de la más compresible indignación filológica Denegrí empezó a rasgar con furia las hojas aún quemándose, ensuciando el set y prendiendo fuego a la manga de su saco. De pronto, un rift de adrenalina lo recorrió y con un bofetón brutal hizo caer al gordito que incrédulo y pacifico se arrastró buscando refugio. La señal se interrumpió y pusieron a Lorena Caravedo hablando algo sobre ciertas manualidades inútiles.
-Debo quemar esta basura-, grito hecho un loco Marco Aurelio echando espuma por la comisura derecha de la boca. -Este libro ha violado, atentado e infectado el idioma de una forma tal que me dolería menos que mataran a un ser querido delante de mis ojos-, mascullo
Creyó que las personas que venían a ayudarlo venían en realidad a rescatar el libro. De ese oscuro escritor y malamente impreso en papel de fotocopia. Aferrado al libro ya quemadote peleó con todos los que se acercaron con una fuerza incoherente para su edad y contextura. Una patada a la cámara reventó el lente que lo filmaba. Las secretarias empezaron a gritar. Y sorprendentemente sacó del bolsillo un arma que en secreto había llevado por años al programa
–¡Este libro es la evidencia final de que esta humanidad ya no es humana! Volvimos a los árboles. ¡Aniquilación!
Y disparo a la persona que más cerca estaba.
-¡Animales!-, grito.
Y el tercer piso donde estaba quedo desierto y silencioso de pronto.
Antes de apagar su ropa incendiada quemó en ella el libro. El fuego demoro en cocinar su carne extrañamente, cuando la comenzó a destruir raras estructuras aparecían debajo de su piel. Nadie, ni él mismo, lo notó. Un torpe vigilante emocionado disparo desde abajo, Marco Aurelio Denegri bajó disparando por las escaleras. La señora de la cafetería decía: !Ay, Jesús!
El vigilante pensó: ¡Ta que se rayó el tío! Y le disparó de nuevo.
La bala le dio a Marco Aurelio en las costillas, sin salir y se encajo en alguna estructura del cuerpo. Afuera lo esperaba su chofer, indiferente y resignado a las extravagancias del intelectual. Era un hombre fornido y adormilado de grades bigotes. Lo miró chamuscado ensangrentado y con un arma en al mano. Pero eso no se sorprendió. Era como un gato castrado: grande y calmo. Le abrió la puerta del carro y lo llevó a su departamento. A mitad de camino por el que iba tarareando, Denegri le dijo:
-José, bájese del carro.
El chofer pasivo y fuerte bajó cogiendo su periódico El Chino, de reciente circulación.
Marco Aurelio arrancó lleno de adrenalina e hizo chirriar las ruedas, el chofer se fue calmadamente a tomar su combi y a pasar el resto del día con su familia. Marco Aurelio condujo lo más lejos de Miraflores, sintió bajo su cuerpo que la bala rozaba algunas cosas metálicas dentro de él. De repente sintió que él era algo más que Marco Aurelio Denegri, Pero no supo exactamente qué era.
-¡Ese libro infame!-, pensó y también. -¿Que he hecho?
Descubrió que algo lo estaban usando, que había sido invadido acaso por años, pero por un accidente se había liberado.
-¿Quien soy? -se preguntó.
A lo lejos en una casa se escuchaba reaggeton.